martes, 1 de marzo de 2016

Vida de San Charbel: El Sacerdocio


Vida de San Charbel

El Sacerdocio


Poco tiempo después Charbel fue informado por el padre superior de que una vez terminado el noviciado debía continuar preparándose para el siguiente paso: convertirse en sacerdote. Por esta razón es enviado al monasterio de San Cyprien de Kfifan. Para llegar a su nuevo destino —al que se dirigía acompañado de un compañero según las reglas—caminó por largo tiempo hasta cruzar por Mayfouq, el sitio donde inició su noviciado. Sin embargo, el lugar que buscaba 
aún estaba a una hora de distancia. 

Finalmente llegaron los dos monjes ante el superior de San Cyprien, el padre Nehmetallah l-Hardini, quien recibió la carta que los jóvenes portaban y en la que se explicaba el porqué de su presencia. El padre Hardini fue considerado desde su época un santo maestro por la entrega y cariño que mostraba hacia Jesús por medio de su conducta y obediencia como monje y por la devoción que sentía hacia la Virgen María y la Inmaculada Concepción. Ese cariño y respeto hacia la Virgen guarda un lugar importante en la Orden Libanesa Maronita, de aquí que a partir de entonces Charbel empiece a rezar el rosario todos los días, después de todo la Virgen ya ocupaba un lugar especial en su corazón desde que su madre se lo inculcara y trasmitiera en su natal Biqa-Kafra. 

Durante su estancia en este monasterio Charbel comentó al padre Hardini que se sentía feliz porque tras haber sido un simple campesino ahora estuviera preparándose para ser sacerdote, éste le respondió que el sacerdocio era el camino para convertirse en un cristo, ya que implicaba sacrificio y por medio de la vida eremítica se vivía el calvario. 

Fue en este lugar donde Charbel tuvo acceso a diversos libros e información escrita por los padres de la Iglesia que reafirmaron su vocación; se adentró en el exhaustivo estudio de las Sagradas Escrituras y tuvo contacto tanto con materiales que aún eran manuscritos corno con impresos. 

En 1858 a Charbel le tocó presenciar la muerte de su santo maestro, cuya vida fue de total comunión con Dios, predicó con el ejemplo la vida monástica e inculcó el estudio y el sacrificio entre los miembros de su comunidad. 

El 23 de julio de 1859 cuando tenía 31 años Charbel, junto con otros compañeros, fue ordenado sacerdote por el patriarca Paul Massad en Bkerke. 

Al poco tiempo el nuevo sacerdote fue enviado de regreso al monasterio de Annaya, donde pasaría 16 años más antes de permitírsele vivir como ermitaño. 

En Annaya Charbel se reencontró con su anciana madre y con varios miembros de su familia y amigos, todos se dieron cita ahí para recibirlo y felicitarlo por su ordenación como sacerdote. Tras darle diversas muestras de cariño, uno de los que ahí se encontraban le pidió al padre Charbel que oficiara su primer misa en su pueblo natal: Biqa-Kafra. 

Sin embargo, pese a que es una tradición que, mediante una autorización especial, el nuevo sacerdote oficie su primera misa en su pueblo natal, el padre Charbel se rehusó amablemente dejando sorprendidos a los presentes quienes esperaban que diera esa satisfacción a su madre, quien había asistido con grandes esfuerzos a ver a su hijo con el único deseo de recibir su bendición. Él ya había convertido su vida y sus acciones en un sacrificio constante, y sabía que muchas veces los miembros de su comunidad tras haber vuelto a sus lugares de origen debían empezar en el monasterio su preparación como monjes. 

Y es justo toda esta obediencia a las reglas que rigen la orden que lo cobija lo que le permitió desempeñar esa vida de santo que con sacrificio y alegría llevaba, esas reglas que se resumen en obediencia, castidad y pobreza. 

En cuanto a la obediencia, no sólo la guardaba respecto a sus superiores sino también a sus hermanos e incluso a todo aquél que le solicitara algo. Junto con la obediencia practicaba el silencio, pues nunca hablaba de no ser necesario y por lo regular lo hacía sólo y lacónicamente cuando se le preguntaba algo; para Charbel el silencio interno y externo es el que permite una mejor comunicación con Dios, pues de esa manera no existen los distractores, por ello es que posteriormente tendría como objetivo retirarse a vivir en el silencio y la soledad de una ermita. Se dice que en una ocasión el padre Charbel ayudaba a los monjes a labrar la tierra, ya era tarde cuando el superior observó a aquél que apenas se distinguía en un rincón, al preguntarle si ya había comido, Charbel respondió que no porque nadie lo había llamado. Al no avisársele que podía ir a comer él siguió, sin quejarse, labrando a pesar del ayuno de varias horas que llevaba, pues acostumbraba comer sólo una vez al día. 

En otra ocasión, en que los monjes atizaban el fuego en un horno de cal, uno de ellos decidió hacer una broma al padre Charbel. 

—Como ya no hay nada más para avivar la lumbre hemos decidido arrojarlo a usted. 

—Sólo pido que Dios me dé fuerzas para resistirlo —respondió el padre. 

Ante la sorpresiva respuesta el monje se avergonzó y suplicó al padre Charbel que lo perdonara, a lo que éste contestó: "Dios perdona a todos". 

La castidad la cumplió al convertirse en un siervo de Dios, el mejor ejemplo lo mostró al rehusarse a tener contacto incluso con su propia madre aquella ocasión en que acudió a visitarlo al monasterio. Si no se permitió la cercanía con ella menos la tuvo con otras mujeres. Cuando era necesario acudir a atender a algún enfermo, solicitaba que ellas se mantuvieran aparte. 

El padre Charbel, a partir de que inició su vida religiosa, no volvió a dirigir la mirada a ninguna cara, esa era la razón por la que usaba el capuchón a la altura de los ojos. 

Sobre la manera de cumplir con el voto de pobreza tampoco hubo limitaciones. Charbel humildemente la asumió; cuando le era permitido escoger el hábito, se quedaba con el que nadie quería, y además era el mismo que usaba tanto en época de calor como en invierno pese a las bajas temperaturas que solían experimentarse a la altura a la que se encuentra el monasterio de Annaya, 1,3oo metros. Respecto a la comida, se reservaba los panes duros o quemados y la verdura y fruta menos apetecible; de la carne mejor ni hablar, pues desde su entrada al monasterio no la había vuelto a probar. 

Todo esto lo fue encaminando hacia la santidad, pues su comportamiento era sublime tanto en las labores domésticas que se desempeñaban en el monasterio como en las religiosas. El padre Charbel podía estar hasta cinco horas hincado rezando o meditando. Una de las reglas dentro del monasterio era acudir a la capilla a medianoche para cantar el oficio, después todos podían regresar a descansar; sin embargo, Charbel permanecía en la capilla hasta el amanecer y se incorporaba a sus actividades, por lo que hasta sus horas de sueño sacrificaba. 

Otra de las funciones que debían cumplir los miembros del monasterio, además de seguir las reglas de enclaustramiento, era realizar el apostolado y por tanto trabajar en la evangelización de la gente de los pueblos aledaños. Y el padre Charbel solía trasmitir tanta paz y enseñanza espiritual con sus palabras que tanto sus compañeros del monasterio como la gente de fuera acudían a confesarse con él. Los enfermos también pedían que Charbel acudiera a su presencia para darles tranquilidad y muchas veces también les llevaba la salud del cuerpo a la par de la del alma. 

Cuando las personas veían por el camino al padre corrían a besarle la mano y a tocarle los hábitos, pues estaban convencidos de que era un santo. Y efectivamente, Charbel obró milagros también en vida. 

En una ocasión llegó al monasterio un enviado de Rachid Beik el-Khoury, prefecto de Ehmej, un hombre sumamente rico. El hombre pidió al padre Charbel que lo acompañara al palacio de quienes lo habían enviado pues tenían a su hijo Nagib Beik enfermo de tifo y los médicos consideraban que no se salvaría. La madre de éste aseguraba que si el padre acudía ante su hijo, éste recuperaría la salud. Cuando Charbel estuvo frente al enfermo pidió que le llevaran agua, la bendijo y con ella hizo que el enfermo despertara. Lo primero que éste dijo fue: "Padre Charbel", y con ello quedó totalmente recuperado. 





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