martes, 1 de marzo de 2016

Charbel, el santo ermitano




Charbel, el santo ermitano 

Transcurrieron 16 años de vida monacal durante los cuales se fue acentuando en el padre Charbel la necesidad de convertirse en ermitaño. Ansiaba esa vida de la que sus dos tíos monjes disfrutaban y que tanto influyeron en su vocación.

Ahí, en el monasterio de Annaya, Charbel tenía contacto con el ermitaño Elichah Hardini —hermano de quien fuera su santo maestro en el monasterio de Kfifan—, quien solía hablarle y aconsejarle como lo hacían sus tíos ermitaños: "Hay que dejar todo para seguir a Dios". Palabras que no hacían sino avivar la llama espiritual que motivaba al humilde y entregado padre a convertirse en ermitaño. 

Charbel sabía que eran cuatro los requisitos que debía cumplir para vivir en la soledad de una ermita: 

1. Haber obtenido los votos religiosos dentro de alguna de las órdenes reconocidas por la Iglesia Católica, en otras palabras, debía ser un monje profeso. 

2. Contar con al menos cinco años vividos en una comunidad monástica. 

3. Realizar la solicitud ante el Superior General para vivir en una ermita y obtener su autorización. 

4. Considerar digno al solicitante al reconocérsele la vocación y entrega a la vida contemplativa en la soledad de una ermita por parte de su superior inmediato, su director espiritual y el Superior General de la Orden.

Respecto a los dos primeros requisitos, Charbel los cumplía en demasía, ya que tenía 22 años siendo monje profeso y desempeñándose digna y extraordinariamente según las reglas que la Orden Libanesa Maronita imponía. Por tanto, ahora debía solicitar la autorización del superior del monasterio, lo cual implicaba una enorme responsabilidad para éste que debía juzgar de manera pertinente si el solicitante merecía el privilegio de ser ermitaño. 

Para entonces, el 13 de febrero de 1875, se suscitó la muerte del padre Eliseo que vivía en la ermita de San Pedro y San Pablo; Charbel consideró prudente la ocasión para solicitar al superior se le permitiera retirarse a vivir en ese lugar que ahora permanecía vacío. 

Consciente de la responsabilidad que implica su decisión el superior prefiere evadir una respuesta al padre Charbel, encomendándole a cambio un trabajo especial. 

—Necesito que me haga un reporte sobre esto —dijo al tiempo que le entregaba varias hojas—. Si es preciso que trabaje durante la noche, hágalo. 

Charbel no insistió en su petición y con humildad y obediencia se retiró a cumplir con lo que se le solicitaba. Al percatarse de que su lámpara se había quedado sin aceite y que requeriría luz para elaborar el reporte se dirigió a la cocina, donde se encontraban dos sirvientes. 

—¿Podrían llenar mi lámpara con aceite?, trabajaré gran parte de la noche —dijo el padre. 

—Deje la lámpara y en un momento se la llevaremos a su celda —respondió uno de los sirvientes. 

En cuanto Charbel se retiró, el sirviente comentó a su compañero su propósito de hacer una broma al padre. 

—Llenaré la lámpara con agua en vez de aceite y nos divertiremos cuando el padre intente prenderla. 

Aunque su compañero en un principio se negó a hacer la jugarreta, terminó aceptando, después de todo se trataba una inocente broma. 

Tras poner agua en la lámpara fueron a la celda del padre Charbel y se la entregaron. Éste les agradeció y cerró la puerta disponiéndose a trabajar. Los dos sirvientes se colocaron justo detrás de la puerta esperando la reacción del padre y quedaron estupefactos al ver que por debajo de la puerta se reflejaba la luz que irradiaba la lámpara recién prendida. 

Ante tal suceso corrieron sorprendidos a buscar al padre superior. 

—Padre, hemos querido jugarle una mala pasada al padre Charbel —confesaron avergonzados los sirvientes—. Llenamos su lámpara de aceite con agua. 

—A estas horas no deberían molestarme con esas cosas —respondió molesto el superior—. Mañana se disculparán con el padre Charbel. 

—Lo hemos venido a ver porque a pesar del agua la lámpara del padre ilumina ahora mismo su celda. 

Ante lo confesado por los dos hombres el superior se dirigió a la celda de Charbel para comprobar lo que le habían contado. 

—Padre Charbel, no son horas de tener luz en su celda, sabe muy bien que hasta en las horas de sueño hay que obedecer las reglas de la Orden —comentó el superior a pesar de que él mismo le había autorizado al monje velar de ser necesario. 

Charbel, quien nunca discutía a pesar de que se le llamara 
injustamente la atención, se disculpó. El superior tomó la lámpara y se dirigió a su oficina, donde con gran sorpresa constató lo dicho por los sirvientes. 

—Definitivamente esto debe ser una señal de Dios —musitó —. Ésta es la señal que necesitaba para tomar una decisión sobre la petición del padre Charbel para permitirle retirarse a vivir en una ermita. 

Al día siguiente el superior solicitó al Superior General la autorización de que el padre Charbel ocupara la ermita de San Pedro y San Pablo, donde permanecería hasta su muerte. La autorización fue recibida e inmediatamente se informó a Charbel que podía tomar posesión de la ermita. 

Sin perder tiempo, el padre Charbel tomó el sinuoso camino que lo conduciría hacia su nuevo hogar ubicado allá, arriba, en la cima, donde en verano el sol quema aún más y en invierno el frío cala hasta los huesos. Nuevamente, como la vez que abandonó la casa de su madre, tan sólo llevó consigo lo que traía puesto junto con la alegría de entregarse totalmente a Dios en medio de la soledad, esa soledad que no todos toleran, pues implica un gran sacrificio humano que sólo los elegidos por Dios poseen y sobrellevan mediante la oración, la contemplación, la penitencia y la austeridad; y ésos sin duda son los que desde ya tienen algo de santos. 

Desde entonces, el padre Charbel "se dedicó al coloquio íntimo con Dios, perfeccionándose en las virtudes, en la ascesis, en la santidad heroica, en el trabajo manual y en el cultivo de la tierra, en la oración", ya que, por ejemplo, rezaba siete veces al día la Liturgia de las Horas. En cuanto a la comida, en Oriente es obligatorio ayunar por las mañanas; sin embargo, Charbel se autoimpuso hacer una sola y raquítica comida al día y vivir en el silencio absoluto. 

En su celda de seis metros cuadrados, el padre Charbel únicamente contaba con una vasija de madera, un cántaro de agua, un taburete y una piedra para sentarse. Aunque a los ermitaños se les permitía dormir un máximo de cinco horas, Charbel sólo descansaba tres, iacostado sobre hojas de roble cubiertas con un jergón, en el suelo!, y su almohada era un pedazo de madera. También tenía un reclinatorio formado con ramas de rosal en el cual acostumbraba pasar varias horas hincado y rezando con los brazos extendidos hacia el cielo. Y por si todo esto fuera poco, portaba el cilicio. Sin duda, era de un grado heroico todo su comportamiento. 

Pero, a la par de esa vida de soledad a la que se entrega los ermitaños, deben realizar algunas actividades junto con el resto de los miembros de la comunidad monástica y los obreros, por tanto deben vivir en una ermita ubicada en las cercanías del monasterio y participar en los trabajos, pero sumidos siempre en un estricto silencio, como lo estipulan las reglas, aunque de ser necesario que el ermitaño hable, deberá hacerlo brevemente y en voz baja; además, eso sí, a no ser por una autorización u orden de sus superiores, el ermitaño no podrá abandonar la ermita. Para el padre Charbel esto no implicaba el menor sacrificio; al contrario, el corazón se le inundaba de alegría al saber que estando enclaustrado sería más fácil llegar a Dios. 

A pesar de cumplir con la regla del silencio, el padre Charbel trasmitía y enseñaba mucho, no con palabras ni con escritos, ya que no dejó nada de esto, pero sí con el ejemplo, que es con lo que predicaba. 

—Cuando aún era estudiante, visité al padre Charbel —platicó el R. P. Juan Andary, quien fuera Superior General de la Orden Maronita—. Él me vio y me hizo una señal para que me sentara, después me dio un libro abierto y me pidió que leyera, se trataba de la historia de San Antonio el Grande; cuando terminé tomó el libro y comprendí que debía retirarme. Sin decirme una palabra me ilustró con el contenido del texto. iÉsa era su manera de predicar con el ejemplo! 

Charbel solía ser enviado por sus superiores a cumplir con algunas visitas a enfermos o a oficiar misas fuera de su ermita. Cuando la gente lo reconocía al pasar avisaban a los demás: "Ahí viene el ermitaño de Annaya". Era imposible no identificado, ya que siempre llevaba la cabeza gacha y cubierta por el capuchón hasta la altura de los ojos a manera de que tan sólo pudiera distinguir el camino por el que iba. Muchos corrían a saludarlo y le besaban la mano o las vestiduras; otros le pedían que bendijera el agua que le presentaban en cántaros, pues era sabido que el padre Charbel obraba milagros, y algunos más tan sólo pedían su bendición. Él, sin embargo, no platicaba con nadie y antes que sentirse halagado por la algarabía de la gente se avergonzaba, y se mostraba más humilde aún. 

Fue durante una de esas ocasiones en que Charbel había salido de su ermita que un hombre le suplicó que bendijera el agua que daría de beber a sus animales, pues estaban enfermos. 

—Padre, sé que con esta agua mi ganado se recuperará —comentó el hombre.

En otra ocasión el padre Charbel recibió la orden de ir a un poblado cercano a visitar a un enfermo. Según el padre Makarios, dos mensajeros fueron por el padre Charbel para acompañarlo; sin embargo, a medio camino aquél se arrodilló y pidió a sus acompañantes que rezaran porque el enfermo acababa de morir; les dijo que ya no se podía hacer nada y que regresaría a su ermita. Poco tiempo después se enterarían en el monasterio de que efectivamente había sucedido lo que el padre Charbel había dicho. 

Y así era, Charbel obraba milagros. Un día llevaron hasta su presencia a un hombre llamado Jibrail Saba, que era considerado el loco del pueblo. Con grandes esfuerzos, ya que era sumamente violento, lograron llevarlo al monasterio de Annaya y mandaron llamar al padre Charbel. Cuando éste le habló, el desquiciado se tranquilizó y permitió que el padre lo condujera a la capilla; ahí le pidió que se hincara, le colocó sobre la cabeza las Sagradas Escrituras y le leyó el Evangelio; al terminar de leer el hombre quedó totalmente sano, tanto que tiempo después decidió vivir en América y formar una familia.

Pero no sólo lograba calmar a los hombres más violentos, sino que también tuvo experiencias con animales, tres de las cuales son las más representativas: 

1. Una noche en que al padre Charbel le tocó velar para cuidar el viñedo vio que unos chacales se metieron al terreno y comieron algunos racimos de uvas. Al día siguiente el padre Makarios, un compañero cercano de Charbel, tras ver lo sucedido le dijo que se había descuidado, a lo que aquél inocentemente respondió: 
—No ha sido descuido, los pobres tenían tanta hambre que sentí pena por ellos y les permití comer un poco. 

2. En otra ocasión, mientras se realizaba la cosecha en el viñedo y se limpiaba el terreno, apareció una enorme serpiente. Los monjes estaban aterrados al ver que no podían matar ni mucho menos controlar al enfurecido reptil que en cualquier momento pretendía atacarlos. Sin saber por qué, el superior pidió que llamaran al padre Charbel, quien se presentó al momento. 
— iNo le hagan nada! Está asustada —pidió a sus compañeros y dirigiéndose a la serpiente le ordenó 
iVete de aquí! Ante la mirada atónita de los ahí presentes el reptil huyó por donde Charbel le había indicado. 

3. En 1885 una plaga de langostas se dirigía hacia Ehmej y a su paso afectaría muchas cosechas, incluyendo las del monasterio de Annaya, pues estos insectos arrasaban con todo tipo de vegetación ocasionando una terrible hambruna entre los pueblos afectados. Al percatarse del peligro que los acechaba, el superior ordenó al padre Charbel que bendijera agua y con ella rociara las plantas. Así lo hizo y con esto evitó que las langostas se acercaran. Entonces los pobladores de Ehmej acudieron con el padre Charbel para que les bendijera agua y con ella protegieran sus cultivos. De esta manera se logró hacer frente a la plaga sin sufrir daños. 

Y así, entre largos periodos de oración y trabajos manuales al día, entre milagros y sacrificios, entre limitaciones heroicas y alegría espiritual transcurrieron 4o años de Charbel como sacerdote; sin embargo, el momento que se convertía en el centro de su existencia era cada mañana a las 11, cuando oficiaba su misa según el rito de su orden, el maronita libanés, y más aún justo después de la Consagración cuando decía: 

i Oh, Hostia deseada que se ofrece por nosotros; víctima justificante que os presentáis vos mismo a vuestro Padre; Cordero que habéis sido sacerdote de vuestro sacrificio! Que nuestra plegaria, oh, Cristo, sea por vuestra bondad un holocausto ofrecido por vos a vuestro Padre. 

iOh!, Padre de verdad, he aquí a vuestro Hijo víctima para satisfaceros: dignaos aceptarlo porque padeció la muerte para justificarme. Aquí está la ofrenda, recibidla de mis manos con complacencia olvidando las faltas que he cometido delante de vuestra Majestad."






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