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jueves, 7 de septiembre de 1989

CARTA APOSTÓLICA
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
SOBRE LA SITUACIÓN EN LÍBANO

A todos los obispos de la Iglesia católica sobre la situación en el Líbano

1. Una vez más, con la misma confianza pero todavía más entristecido, deseo solicitar vuestra solidaridad fraterna para nuestros hermanos del Líbano, que siguen siendo víctimas de una violencia despiadada, sin que haya causa alguna que lo justifique.

Ante los repetidos dramas, que cada uno de los habitantes de esa tierra conoce, nosotros somos conscientes del extremo peligro que amenaza la existencia misma del país: el Líbano no puede ser abandonado a su soledad.

2Desde el año 1975, el Papa Pablo VI, el Papa Juan Pablo I y yo mismo, desde el comienzo de mi pontificado, no hemos escatimado esfuerzo alguno para alertar a la opinión pública sobre el valor único del Líbano y de su patrimonio humano y espiritual, para aliviar y animar a sus habitantes sometidos a toda clase de violencias, para favorecer una solución negociada a las divergencias existentes entre las partes en conflicto y para implorar del Señor la gracia de una paz pacientemente edificada y duradera.

3. A lo largo de estos últimos meses, profundamente impresionado por la degradación de la situación, y por el recrudecimiento de sangrientos combates, he querido señalar, a través de mis numerosas llamadas, el deber que nos incumbe a todos de no olvidar al Líbano y de no acostumbrarnos a las crueles tribulaciones que esa nación soporta desde hace mucho tiempo. No he dudado en llamar a todas las puertas para que se ponga término a lo que justamente se podría llamar la matanza de todo un pueblo. Es conveniente que la Iglesia conozca los esfuerzos llevados a cabo para la salvación de un país en trance de desaparecer.

Así, el pasado 15 de mayo, he dirigido un mensaje a numerosos Jefes de Estado y a los Responsables de Organizaciones Internacionales. Me pareció necesario recordar ciertas exigencias éticas a las que la Comunidad Internacional está obligada con respecto a un miembro de pleno derecho, y también miembro fundador de la Organización de las Naciones Unidas y de la liga de Estados Árabes. A esta iniciativa se han añadido múltiples contactos bilaterales entre la Santa Sede y los Gobiernos de aquellos países que afirman ser amigos del Líbano o que mantienen tradicionalmente con él relaciones estrechas. Algunos de estos contactos se continúan aún hoy.

4. Ciertamente, no atañe al Papa proponer soluciones técnicas, pero, preocupado por el bien espiritual y material de todos los hombres sin distinción alguna, siente el deber categórico de insistir sobre determinadas obligaciones que incumben a los Responsables de las naciones.Ignorarlas puede conducir a debilitar completamente el orden de las relaciones internacionales y, una vez más, a entregar al hombre al mero poder del hombre. No se pueden despreciar impunemente los derechos, los deberes y los mecanismos que los protagonistas de la vida internacional han elaborado y han suscrito, sin que las relaciones entre los pueblos sufran las consecuencias, sin que la paz no se sienta amenazada, sin que el hombre termine por convertirse en esclavo o víctima de las ambiciones y de los intereses de los más fuertes. Esa es la razón por la que yo he querido -y lo repito hoy públicamente a toda la Iglesia- que el derecho de gentes y las instituciones que lo garantizan constituyan referencias irreemplazables y defiendan la idéntica dignidad de los pueblos y de las personas.

5Pero he hablado sobre todo como Pastor de la Iglesia universal en favor de los cristianos y, naturalmente, de modo particular en favor de los católicos, que, al lado de sus hermanos musulmanes, viven y dan en el Líbano testimonio de su fe.

No podemos olvidar, queridos hermanos en el Episcopado, los lazos de comunión espiritual que nos unen a estos hermanos que, en la historia pasada y reciente, han mantenido su fe cristiana a menudo a costa de heroicos sacrificios. Por ello, hoy asediados por la violencia de las armas y de la palabra, toda la Iglesia tiene el deber de "movilizarse".

Ante todo para hablar. Ante una información a menudo parcial o superficial, debemos nosotros dar a conocer las ricas y seculares tradiciones de la colaboración entre cristianos y musulmanes en ese país. Se trata de uno de los rasgos característicos de la sociedad libanesa que, hasta hace poco tiempo, constituía un ejemplo. Un mejor conocimiento recíproco y el ejercicio de un diálogo mutuo para un mejor servicio del hombre son las condiciones indispensables de la libertad, de la paz y del respeto de la dignidad de la persona. Este pluralismo consentido y vivido es un valor fundamental que ha presidido a lo largo de la historia del Líbano. Este es el motivo por el que, si este país desapareciera, sería la misma causa de la libertad la que sufriría una dramática pérdida.

En segundo lugar para rezar. Nosotros, los creyentes, no tenemos otra arma que la súplica que elevamos desde el fondo de nuestra miseria a Aquel que nos "ha llamado de las tinieblas a su admirable luz" (1 Pe 2, 9). A Dios, Padre de todos los hombres, en estos momentos trágicos en los que una parte de la familia humana y cristiana está amenazada y es víctima de violencias injustificables, no podemos sino presentar los gritos de miedo y, a veces, de desesperación de estos hermanos, que muy a menudo tienen la sensación de haber sido abandonados a su suerte, cuando su país está amenazado de aniquilación.

6Es ésta la razón, queridos hermanos, por la que yo deseo invitaros -y a través de vosotros también a todos los hijos de la Iglesia católica- a una jornada universal de plegaria por la paz en el Líbano. En Italia tendrá lugar el próximo día 4 de octubre, fiesta litúrgica de San Francisco de Asís, el Santo inerme y pacificador, que continúa invitando a todos los hombres a convertirse en "instrumentos de paz", para que "allí donde hay odio, pongamos amor". Cada Iglesia local tendrá la oportunidad de escoger el día más apropiado para esta plegaria comunitaria, teniendo en cuenta el hecho de que el 22 de noviembre se celebra la Fiesta nacional del Líbano.

Así, pues, junto a cuantos tendrán a bien unirse a nuestra iniciativa, la Iglesia entera será una Iglesia en oración que implorará al Padre celestial la paz y la salvación para el Líbano. Yo mismo, continúo encomendando al Señor la realización de la visita pastoral que tengo la firme intención de llevar a cabo a ese país, como ya anuncié el pasado 15 de agosto.

Cumpliendo esta acción espiritual, la Iglesia desea manifestar al mundo que el Líbano es algo más que un país; es un mensaje de libertad y un ejemplo de pluralismo tanto para Oriente como para Occidente.

7Quiero manifestar la solidaridad en la plegaria de todos sus hermanos a aquellos hijos de la Iglesia católica llamados hoy a vivir su fe y a dar testimonio en un país devastado por pruebas tan crueles. Para ellos y con ellos nosotros no solicitamos privilegio alguno; pedimos que continúe a asegurarse para ellos el derecho no sólo de creer según la voz de su conciencia, sino también de practicar su fe y de ser fieles a sus tradiciones culturales, al igual que sus hermanos musulmanes, sin temer exclusión o discriminación alguna en la misma patria.

Que todos los católicos compartan mi plegaria para pedir al Señor que inspire a las partes en conflicto sinceros pensamientos de paz.

Queridos hermanos en el Episcopado, confío a vuestra solicitud pastoral la preparación y la organización de esta jornada de oración por el Líbano. La Iglesia no habrá permanecido en silencio. El Papa y los fieles habrán rezado, hablado y actuado para que no sean cercenadas las raíces de la vida social y de la cooperación entre los diversos grupos del Líbano.

La desaparición del Líbano, sin lugar a dudas, sería uno de los grandes remordimientos del mundo. Su salvaguardia es una de las tareas más urgentes y más nobles que el mundo actual debe asumir.
8. A Nuestra Señora de Harissa confiamos nuestras angustias y esperanzas. ¡Que Ella sostenga a los afligidos! ¡Que dé valor a los que trabajan por la causa de la paz! ¡Que interceda ante su Hijo para que se encuentren soluciones justas y equitativas a los problemas de los demás pueblos del Oriente Medio, ellos también en busca de una vida segura de acuerdo con sus aspiraciones!

Al daros cita, queridos hermanos en el Episcopado, al igual que a los fieles confiados a vuestro cuidado pastoral, para la plegaria comunitaria en favor del Líbano y de todos sus hijos, suplico al "Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios» (2 Co 1, 3-4). Con mi bendición apostólica.

Vaticano, 7 de septiembre de 1989.

JOANNES PAULUS PP. II