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domingo, 10 de junio de 2001

Misa de canonización de Santa Safqa (Santa Rebeca)


MISA DE CANONIZACIÓN - SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 10 de junio de 2001

1. "Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo, porque grande es su amor por  nosotros"  (Antífona de entrada).

Siempre, pero especialmente en esta fiesta de la Santísima Trinidad, toda la liturgia está orientada al misterio trinitario, manantial de vida para todo creyente.

"Gloria al Padre, gloria al Hijo y gloria al Espíritu Santo":  cada vez que proclamamos estas palabras, síntesis de nuestra fe, adoramos al único y verdadero Dios en tres Personas.
Contemplamos con estupor este misterio que nos envuelve totalmente. Misterio de amor; misterio de santidad inefable.

"Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo", cantaremos dentro de poco, al entrar en el corazón de la Plegaria eucarística. El Padre creó todo con sabiduría y amorosa providencia; el Hijo, con su muerte y resurrección, nos ha redimido; el Espíritu Santo nos santifica con la plenitud de sus dones de gracia y misericordia.

Podemos definir con razón esta solemnidad como una fiesta de la santidad. Por tanto, en este día encuentra su marco más adecuado la ceremonia de canonización de cinco beatos:  Luis Scrosoppi, Agustín Roscelli, Bernardo de Corleone, Teresa Eustochio Verzeri y Rebeca Petra Choboq Ar-Rayès.

2. "Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Rm 5, 1).

Como hemos escuchado en la segunda lectura, para el apóstol san Pablo la santidad es un don que el Padre nos comunica mediante Jesucristo. En efecto, la fe en él es principio de santificación. Por la fe el hombre entra en el orden de la gracia; por la fe espera participar en la gloria de Dios.
Esta esperanza no es un espejismo, sino fruto seguro de un camino ascético en medio de numerosas tribulaciones, afrontadas con paciencia y virtud probada.

Esta fue la experiencia de san Luis Scrosoppi, durante una vida gastada totalmente por amor a Cristo y a sus hermanos, especialmente los más débiles e indefensos.

"¡Caridad, caridad!":  esta exclamación brotó de su corazón en el momento de dejar el mundo para ir al cielo. Practicó la caridad de modo ejemplar, sobre todo con las muchachas huérfanas y abandonadas, implicando a un grupo de maestras, con las que fundó el instituto de las "Religiosas de la Divina Providencia".

La caridad fue el secreto de su largo e incansable apostolado, alimentado de su contacto constante con Cristo, contemplado e imitado en la humildad y en la pobreza de su nacimiento en Belén, en la sencillez de la vida laboriosa de Nazaret, en la total inmolación en el Calvario y en el silencio elocuente de la Eucaristía. Por este motivo, la Iglesia lo señala a los sacerdotes y a los fieles como modelo de síntesis profunda y eficaz entre la comunión con Dios y el servicio a los hermanos. En otras palabras, modelo de una existencia vivida en comunión intensa con la santísima Trinidad.

3. "Grande es su amor por nosotros". El amor de Dios a los hombres se manifestó con particular evidencia en la vida de san Agustín Roscelli, a quien hoy contemplamos en el esplendor de la santidad. Su existencia, totalmente impregnada de fe profunda, puede considerarse un don ofrecido para la gloria de Dios y el bien de las almas. La fe lo hizo siempre obediente a la Iglesia y a sus enseñanzas, con una dócil adhesión al Papa y a su obispo. La fe le proporcionó consuelo en las horas tristes, en las grandes dificultades y en las situaciones dolorosas. La fe fue la roca sólida a la que supo aferrarse para no ceder jamás al desaliento.

Sintió el deber de comunicar esa fe a los demás, sobre todo a los que se acercaban a él en el ministerio de la confesión. Se convirtió en maestro de vida espiritual especialmente para las religiosas de la congregación que fundó, las cuales lo vieron siempre sereno, incluso en medio de las situaciones más críticas. San Agustín Roscelli también nos exhorta a confiar siempre en Dios, sumergiéndonos en el misterio de su amor.

4. "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo". A la luz del misterio de la Trinidad cobra singular elocuencia el testimonio evangélico de san Bernardo de Corleone, también él elevado hoy al honor de los altares. Todos se maravillaban y se preguntaban cómo un fraile iletrado como él podía hablar con tanta elevación sobre el misterio de la santísima Trinidad. En efecto, su vida estaba completamente orientada a Dios, a través de un esfuerzo constante de ascesis, impregnada de oración y de penitencia. Quienes lo conocieron testimonian unánimemente que "siempre estaba absorto en oración", "jamás dejaba de orar" y "oraba constantemente" (Summ., 35). De este coloquio ininterrumpido con Dios, que tenía en la Eucaristía su centro de acción, sacaba el alimento vital para su valiente apostolado, respondiendo a los desafíos sociales de su tiempo, no exento de tensiones e inquietudes.

También hoy el mundo necesita santos como fray Bernardo, inmersos en Dios y, precisamente por esto, capaces de transmitirle su verdad y su amor. El humilde ejemplo de este capuchino constituye un aliciente para no dejar de orar, pues la oración y la escucha de Dios son el alma de la auténtica santidad.

5. "El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena" (Antífona de comunión). Teresa Eustochio Verzeri, a quien hoy contemplamos en la gloria de Dios, en su breve pero intensa vida se dejó guiar dócilmente por el Espíritu Santo. Dios se le reveló como misteriosa presencia ante la cual es preciso inclinarse con profunda humildad. Se alegraba al considerarse bajo la constante protección divina, sintiéndose en las manos del Padre celestial, en quien aprendió a confiar siempre.

Abandonándose a la acción del Espíritu, Teresa vivió la particular experiencia mística "de la ausencia de Dios". Sólo una fe inquebrantable evitó que perdiera la confianza en este Padre providente y misericordioso, que la ponía a prueba:  "Es justo -escribió- que la esposa, después de seguir al esposo en todas las penas que acompañaron su vida, participe también con él en la más terrible" (Libro de los deberes, III, 130).

Esta es la enseñanza que santa Teresa deja al instituto de las "Hijas del Sagrado Corazón de Jesús", fundado por ella. Esta es la enseñanza que nos deja a todos. Incluso en medio de las contrariedades y los sufrimientos internos y externos es necesario mantener viva la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

6. Al canonizar a la beata Rebeca Choboq Ar-Rayès, la Iglesia ilumina de un modo muy particular el misterio del amor dado y acogido para la gloria de Dios y la salvación del mundo. Esta monja de la Orden Libanesa Maronita deseaba amar y entregar su vida por sus hermanos. En medio de los sufrimientos, que no dejaron de atormentarla durante los últimos veintinueve años de su vida, santa Rebeca manifestó siempre un amor generoso y apasionado por la salvación de sus hermanos, sacando de su unión con Cristo, muerto en la cruz, la fuerza para aceptar voluntariamente y amar el sufrimiento, auténtico camino de santidad.

Que santa Rebeca vele sobre los que sufren y, en particular, sobre los pueblos de Oriente Próximo, que afrontan la espiral destructora y estéril de la violencia. Por su intercesión, pidamos al Señor que impulse a los corazones a buscar con paciencia nuevos caminos para la paz, apresurando la llegada del día de la reconciliación y la concordia.

7. "Señor, Dios nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Salmo responsorial, 8, 2. 10). Al contemplar estos luminosos ejemplos de santidad, resuena espontáneamente en el corazón la invocación del salmista. El Señor no cesa de dar a la Iglesia y al mundo ejemplos admirables de hombres y mujeres, en los que se refleja su gloria trinitaria. Que su testimonio nos impulse a mirar al cielo y a buscar siempre el reino de Dios y su justicia.

María, Reina de todos los santos, que fuiste la primera en acoger la llamada del Altísimo, sostennos en el servicio a Dios y a nuestros hermanos. Y vosotros, san Luis Scrosoppi, san Agustín Roscelli, san Bernardo de Corleone, santa Teresa Eustochio Verzeri y santa Rebeca Petra Choboq Ar-Rayès, caminad con nosotros, para que nuestra vida, como la vuestra, sea alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.

Imágenes del día de la canonización de Santa Rebeca.









Santa Rafqa (Santa Rebeca)


Santa Rafqa nació el 28 de Junio de 1832 en Himlaia, Líbano, A los 8 días la bautizaron y le dieron el nombre de Butrusiye (en español Petra, o Petrita), hija de Murad y Rafqa. Nació y creció su fe en la casa, acompañando a sus padres y imitándolos en su vida diaria. Concurrían a la Iglesia de San Jorge, donde fue bautizada. A los siete años se enferma su madre gravemente y muere; Butrusiye sufrió mucho y empezó a soñar con seguir a su madre.

Santa Rafqa, antes de morir, contó la historia de su niñez a su superiora Ursula: "No hay en mi vida nada importante que merezca ser mencionado... Cuando tenía 7 años, mi madre murió y mi padre se casó de nuevo". "Cuando llegué a la edad de 14, mi madrastra quiso arreglar mi casamiento con el hermano de ella, y mi tía materna quería que lo hiciera con su hijo. Eso me impresionó mucho... y pedí a Dios que me liberara de estos malos pasos. Rápidamente me la idea de hacerme religiosa y me dirigí al convento de Nuestra Señora de la Liberación en Bikfaia, que parecía a las religiosas Mariamitas, conocidas por el pueblo como jesuitas". Abandonó la casa paterna cuando fue mayor de edad. "Por la calle encontré tres muchachas a las cuales dije: voy al convento, ¿queréis seguirme? Dos de ellas aceptaron y la tercera dijo que me seguiría si yo perseveraba en el convento. Nos dirigimos los tres al convento, y cuando entre en la iglesia, sentía una gran alegría interior, escuché como una voz intima que me decía: tu serás religiosa. Cuando entramos en el locutorio del convento, la superiora me dijo: seas bienvenida, me tomó por la mano y me introdujo en el convento. A las dos otras muchachas dijo: volved después y seréis recibidas. Me sorprendió la actitud de la superiora y procuré ver en esto la intercesión de la Virgen del Socorro que vi en la iglesia.


En tiempo de Rafqa no había en el Líbano instituciones religiosas dedicadas exclusivamente a la educación femenina. En Bikfaia, el padre José Gemaiel, fundó para esta finalidad un nuevo instituto que tomó el nombre de Mariamat (Hijas de María). El primero de Enero en 1853, el Padre Gemaiel anotaba en su cuaderno el nacimiento del instituto y el nombre de 4 postulantes. La ultima era Butrsie que tenía 21 años. El 9 de Febrero de 1855, fiesta de San Marón, Butrsie entró en el noviciado en el convento de Ghazir y en el año siguiente obtuvo sus votos temporarios, tomando el nombre de Anisa. Sor Anisa se ocupaba de la cocina y también estudiaba, para poder ser docente. Enseñó por dos años en Deir El-Kamar, un año en la ciudad de Byblos y siete años el pueblo de Maad. Después de la fusión de su congregación Las Mariamitas con la del Sagrado Corazón en una sola congregación llamada Los Sagrados Corazones, en 1971, Anisi vio en sueños a un monje que le decía: "entra en la Orden de las Libanesas Maronitas" (Baladitas). El día siguiente se dirijo al monasterio de San Simón en Aytou, al Norte del Líbano, en donde realizó un año de noviciado, y se llamo como su madre Rafqa. El 25 de Agosto de 1872 tomó los hábitos.

En 1885, el primer domingo de octubre fiesta del Rosario, Rafqa rezaba delante del Santísimo: “¿Dios mío te alejaste de mi y me abandonaste? ¿Porque no me has visitado con una enfermedad? ¿Te habrás olvidado de tu esclava?" Esa misma noche, cuando se disponía a dormir, sintió un inmenso dolor de cabeza que se prolongaba hasta los ojos. Un medico de Trípoli le hizo una punción introduciéndole una sonda de un oído a otro, y Rafqa repetía: "Con los sufrimientos de Cristo ". Un medico americano en Byblos opino que era necesaria una operación en el ojo derecho, y ella rechazo que la anestesiaran. Pero cuando la estaban operando, el medico le extirpo el ojo y este cayo palpitante delante de ella; y Rafqa decía: "Con la Pasión de Cristo; que Dios bendiga sus manos; que Dios lo recompense". En ese momento sintió como chispas que le brotaban de los ojos y un dolor tan intenso como si la tierra girara a su alrededor. Un medico militar en Batrun habiéndola examinado dijo: "El dolor de ojo que esta pobre monja padece, es indescriptible y es imposible su curación ya que le afecto el nervio óptico ". Cuando el dolor se agudizaba, ella repetía: "Por la gloria de Dios, en comunión con la pasión de Cristo... con la corona de espinas en Tu cabeza; Oh mi Señor ". El 3 de noviembre de 1817, el Patriarca Hage autorizo la transferencia de seis monjas quienes querían vivir una vida en comunidad bajo la protección de San José, del monasterio de San Simón El-Karn al nuevo monasterio de San José el Dahr en Yrabta. Una de ellas era Rafqa. Al cabo de dos años de la llegada al monasterio San José, Rafqa quedo totalmente ciega, y le vino después un dolor atroz en los dedos de los pies y tuvo que guardar cama. Tuvo varios dolores en la pierna derecha, la rotula, la rodilla, el hombro y el brazo. Le quedo el cuerpo enjuto y tieso, se adelgazo a tal punto que parecía un esqueleto descarnado, con todos los miembros dislocados. No tenía ningún miembro sano excepto las articulaciones de las manos, las cuales utilizaba para tejer medias de lana... Según la opinión de los médicos, Rafqa padecía de tuberculosis osteoarticular que la postro por siete años en cama, acostada solamente del lado derecho sin que su hombro tocara las sabanas, con la cabeza apoyada en la almohada. La mañana del Jueves Santo, Rafqa dijo a su superiora "si pudiera asistir a la misa, en este día de tan noble fiesta", las hermanas trataron de llevarla asiendo las cuatro puntas de la sabana, pero al tratar de llevarla, le dolió la cadera izquierda, entonces la dejaron en su cama. Cuándo la misa empezó y las monjas estaban en el oratorio, Rafqa entro arrastrándose en la Iglesia! Las monjas se sorprendieron y se emocionaron, la superiora se levantó para ayudarla, pero Rafqa le hizo una seña con la cabeza que la dejara entrar sola. Cuando entró la sentaron en un almohadón. Más tarde, la madre superiora le preguntó: "¿Cómo pudiste ir a la Iglesia?" Rafqa respondió: "No se nada; le pedí a Jesús que me ayudara, y de repente sentí que los pies se resbalaban de la cama, pude bajarme y me arrastré hasta la Iglesia".

Un día, la madre Ursula Doumit preguntó a Rafqa: “No desearías ver nuestro nuevo monasterio y sus alrededores, como la montaña, el bosque y la belleza?"

-"Sí, desearía la vista al menos una hora para verte".

-"Una hora solamente y volver a estar ciega?"

-"Sí". - Al momento, se le resplandeció la cara de Rafqa y dijo sonriente: "Veo! Bendito sea Dios!"

-"Que hay sobre este armario?" preguntó la superiora, para asegurarse.

Y Rafqa volteando la cara sobre el armario dijo: "La Santa Biblia y el prefacio" y señalaba las diferentes manchas que había en su cubrecama.

EL MILAGRO DE LA BEATIFICACIÓN

En 1925 el Abad Ignatios Daguer Al Tanuri, Superior General, se dirige a Roma se encuentra en una audiencia con el Papa Pio XI, pidiéndole que acepte las causas de Beatificación de tres de los hijos de la Orden que son; Padre Nemetala Al Hardini, Padre Charbel Majluf Beqakafra y la Monja Rafqa Alchoboc Al Rais de Hemlaya.

Como ya sabemos, el Padre Charbel fue beatificado el 5 de diciembre de 1965 en la clausura del Concilio Vaticano II y su canonización el 9 de octubre de 1977. también sabemos lo que significa San Charbel, no solo para los libaneses, son para todos los cristianos.

Santa Rafqa, esta monja de la Orden Libanesa Maronita, fue beatificada por el actual Papa Juan Pablo II el 17 de mayo de 1985. Su fiesta es el 23 de marzo. Y su canonización también la realizó el Papa Juan Pablo II el 10 de junio de 2001.

La Iglesia reconoce el milagro que Dios ha realizado por la intersección de Santa Rafqa, que fue una curación directa, completa y permanente de la señora Isabel Najle Albathawi que tenia un cáncer en el útero; al perder la esperanza de poder curarla, los doctores dieron órdenes de llevarla a casa para morir; por el camino los familiares pasaron con ella por el convento y rezaron de noche con las hermanas sobre la tumba de Rafqa, al día siguiente cesó la hemorragia y quedó curada.

Su Santidad el Papa Juan Pablo II la beatificó el 17 de Noviembre 1985.

La Beata Rafqa de Himlaya, que hoy es canonizada por el Sumo Pontífice, fue realmente “sal de la tierra y luz del mundo”. Se le puede aplicar también el bello versículo del Salmo 92: "Florecerá el justo como la palmera y crecerá como el cedro del Líbano”. Por esta razón y con mucho fervor elevamos desde nuestro corazón una suplica: le pedimos que interceda ante Dios, por su noble patria, abrumada de tormentos. Que los habitantes del Líbano encuentren en el ejemplo de esta mujer fuerte, que ha sufrido tanto y jamás ha hecho sufrir, valor para avanzar por los caminos de la reconciliación y de la paz (palabras del Santo Padre en su Beatificación).

Canonización de beata Rafqa en el Vaticano el 10 de junio de 2001.